La alegría de servir y compartir

En estas historias el denominador común es el servicio y la entrega desinteresada a los demás.

La edad no es límite para ayudar

Berta, 72 años, trabaja como voluntaria en la recepción de Salud Mental del Policlínico El Salto. Sus ganas de ayudar y mantenerse activa la motivaron a dar tres mañanas de su semana para agendar pacientes.

“Mis hijos están orgullosos de mí, que salgo, tomo micros y me mantengo muy activa; ¡todavía sirvo!, señala riendo.

Siempre ha participado en proyectos de voluntariado, pero a sus 72 años Berta Bascur jamás se imaginó que tres veces a la semana tomaría dos locomociones desde Huechuraba, donde vive, hasta el Policlínico El Salto, en la comuna de Recoleta, lugar en el que trabaja como voluntaria en la recepción de pacientes de Salud Mental.

Berta tiene 3 hijos, 10 nietos y 6 bisnietos y fue dueña de un kiosco durante muchos años. Por una casualidad conoció a Jane Gibson, que trabaja en el policlínico, y así supo del voluntariado que podía hacer allí.

“La primera vez fui con mi hijo porque soy buena para perderme. Al llegar me pareció todo muy lindo y ordenado; me llamó la atención la calidad humana de las personas que trabajan en El Salto”, recuerda Berta.

Durante el verano apoyé en la tarea de agendar y llamar a pacientes. Fue una experiencia muy bonita y me di cuenta que se necesitaban más manos, por lo que seguiré trabajando como voluntaria hasta que Dios me dé fuerzas. Me doy cuenta que mis problemas no son nada en comparación con el dolor que sufren las personas que padecen enfermedades mentales. Converso con los médicos y con los pacientes y me alegra ver cómo se van recuperando; es realmente muy buena la labor del policlínico”, explica Berta.

Más allá de un reforzamiento escolar

Un grupo de estudiantes que participan en el Centro Cultural Tajamares hace clases los sábados en la capilla Jesús Esperanza del Mundo, de Macul. Todos los sábados apoyan a niños de básica enseñándoles matemáticas, comprensión lectora e inglés. En el caso de esta última asignatura, las clases son principalmente para las mamás de los niños.

José Antonio con un alumno en clases de reforzamiento.

“La pandemia les afectó mucho”, cuenta Tomás González, profesor del Colegio Cordillera, que acompaña a los jóvenes. Por ejemplo, una alumna de tercero básico no sabía leer porque los dos años anteriores sólo había tenido clases online”. Y agrega: “muchas mamás acudían a la capilla para pedir ayuda porque los niños estaban volviendo a la presencialidad con muchas dificultades”.

Debido a lo anterior y junto a voluntarios de la parroquia, crearon un plan de trabajo para atender las necesidades de los niños, acorde al currículum de cada asignatura para cada año. “No se trata sólo de ayudarlos en sus tareas; hacemos una prueba de diagnóstico para ver qué es lo que no saben y así podemos ayudar a cada uno de una forma bien concreta. No se trata sólo de ayudarlos en sus tareas”, explica.

Además de las clases, que se hacen en salas de la capilla, celebran los cumpleaños en un ambiente de amistad. “No venimos sólo a dar un apoyo educacional. Queremos ir al encuentro del otro; conocer a cada uno. Los momentos de oración en la capilla son parte de esa fraternidad que se da”.


Arepas, tequeños y tajadas son parte del lenguaje de Las Arenas.

Desde hace unos años, mujeres inmigrantes –muchas de ellas venezolanas– se acercan al Centro cultural Las Arenas en busca de formación cristiana. Lo que encuentran –explica Fran Pérez, una chilena que forma parte del Opus Dei– es una familia.

Kellys Rincón (primera, de rojo) es venezolana, vive hace 6 años en Chile y asiste a Las Arenas."Aquí se vive la universalidad de la Iglesia, nos une la fe, la confianza, la amistad, e independiente de dónde venga cada una, tenemos un solo lenguaje, somos una familia".

“Se vive una experiencia muy bonita y va surgiendo una amistad genuina. Vamos conociendo sus historias y su cultura en conversaciones alrededor de tequeños, arepas y tajadas.

“La fraternidad nos lleva a abrirnos al Padre de todos y a ver en el otro un hermano, una hermana para compartir la vida o para sostenerse mutuamente, para amar, para conocer”. Papa Francisco

Hemos vivido juntas 'pedidas de mano' muy románticas, matrimonios y también funerales. Es muy duro cuando muere lejos un familiar querido: recuerdo que falleció el papá de una chica de manera inesperada y ella se enteró estando en una convivencia de formación. Vivió con nosotras su duelo; no estaba sola porque nos considera su familia.

Ser un centro 'multicultural' nos enriquece mutuamente. Vemos mujeres power, que han dejado su patria para buscar oportunidades y ayudar a sus familias que están lejos. Y que, además de ser resilientes, son muy piadosas. Sus sonrisas nos animan y ayudan a estar, con ellas, más cerca de Dios”.