La caridad en el corazón de la economía

El presbítero José Miguel Ibáñez, doctor en Filosofía por la Universidad del Laterano en Roma y por la Universidad Complutense de Madrid, profesor de la Universidad de los Andes, autor del libro "Doctrina social de la Iglesia", dio una charla para periodistas en el Departamento de Comunicaciones del Opus Dei, sobre la Encíclica "Caritas in veritate", recientemente publicada por Benedicto XVI. Entregamos un resumen de los puntos destacados.

La humanidad es una familia que tiene un Padre, Dios, y hermanos, los hombres.

La primera encíclica social de Benedicto XVI aborda temas muy variados, tales como el desarrollo, la globalización, el hambre en el mundo, Dios y la vida pública, la solidaridad, la bioética, los sindicatos, la ONU, la oración.

Para el Papa, la caridad no es limosna sino la fuerza que mueve al mundo, porque es el amor a Dios y a los hombres. Es el don de si mismo, el alma de la doctrina social de la Iglesia. La caridad debe estar en el corazón mismo de las relaciones humanas. Pero para que no se quede en mero sentimentalismo, la caridad debe estar anclada en la verdad y no, como advertía Juan Pablo II, “en las arenas movedizas del escepticismo”, que niega la existencia de la verdad sobre Dios, el hombre, el mundo.

Lo más original de “Caritas in veritate” es que introduce la caridad en el corazón de la economía, sin separar la economía de la moral pero al mismo tiempo sin confundirlas.

El Papa no propone soluciones técnicas sino que da el marco moral en que debe moverse la economía y que debe tener como objetivo el desarrollo del hombre en todos sus aspectos: moral, biológico, espiritual y material. El Papa reconoce que los últimos cuarenta años de desarrollo han sacado a millones de hombres de la miseria material pero con consecuencias dramáticas: desigualdad, finanzas especulativas, migraciones laborales forzadas, ayudas económicas “amarradas”, imperio de la técnica, manipulaciones genéticas, degradación del medio ambiente.

El desafío: la fraternidad en el mercado

El Papa señala que la globalización no es buena ni mala, sino que será lo que hagamos de ella. Para que su efecto sea positivo, el mercado debe reunir dos condiciones esenciales: estar basado en la confianza recíproca y ser solidario. El desafío es introducir la fraternidad dentro de las relaciones mercantiles. Para ello, es indispensable que exista justicia conmutativa entre las partes, leyes justas y espíritu del don: más integración fraterna, más relación, más comunión, más participación. 

Actualmente, anota el Papa, muchos reivindican presuntos derechos, incluso de corte hedonista, pero ignoran deberes fundamentales. La exacerbación de los derechos, especialmente en países desarrollados, lleva al olvido de los deberes.

El crecimiento demográfico, insiste el Santo Padre, no es la causa del subdesarrollo. Al revés, la excesiva baja de la natalidad está acompañada de múltiples crisis: sexualidad hedonista, bajo índice de reemplazo demográfico, caída de las prestaciones sociales y baja de la moralidad. Pide defender la integridad de la familia, fundad en el matrimonio entre un hombre y una mujer.

Dios y la esfera pública

Benedicto XVI pide más transparencia a los organismos de cooperación internacional, en los que detecta una burocracia costosa que impide que la totalidad de los recursos llegue a quienes los necesitan. Pide respetar la naturaleza para dejar a las nuevas generaciones una tierra capaz de producir recursos.

La humanidad es una familia que tiene un Padre, Dios, y hermanos, los hombres. Por eso, para el Papa la fraternidad tiene un cimiento profundo: lazos de hermanos con un mismo Padre. La persona es para las personas (relacionalidad de las personas). Esto sólo es posible, afirma el Santo Padre, si Dios tiene un lugar en la esfera pública.

Dos extremos peligrosos: el laicismo liberal, que excluye completamente a Dios de la vida pública, y el fundamentalismo, que considera a la religión como poder, incluso terrorista.

El humanismo sin Dios se vuelve inhumano.

Para Benedicto XVI, la tecnología es valiosa e indispensable. Pero advierte el peligro de que el hombre se transforme en esclavo de sus productos, deshumanizándose. El dilema está en la respuesta a la pregunta ¿es el hombre un producto de sí mismo o, por el contrario, depende de Dios?

Si el hombre no es un ser creado a imagen y semejanza de Dios, ¿qué respeto se puede pedir para él? Se justifican entonces los abusos, la explotación, la clonación, el aborto, las manipulaciones genéticas, la eugenesia, la eutanasia, etc. El humanismo que excluye a Dios se vuelve inhumano.

¿Qué pide el Papa? Ojos nuevos. La Encíclica no plantea un buen deseo cristiano sino que invoca el sentido religioso de la Humanidad. Y aunque pueda parecer utópica para la mentalidad materialista, tecnocrática y hedonista que ha producido un vacío en el hombre moderno, el Papa afirma que la caridad anclada en la verdad es una necesidad humana para lograr su verdadero bienestar.