Chileno que trabaja en Eslovaquia atendiendo a ucranianos: “La medicina abre muchas posibilidades de humanidad”

Ricardo Massmann es infectólogo y se especializa en pacientes con el VIH. Atiende tanto a refugiados ucranianos como a ciudadanos rusos. “Yo les puedo ofrecer medicina, pero la oración va a lo profundo de los deseos del corazón de cada persona, entonces lo veo como un punto clave en la paz”, dice.

Ricardo Massmann

Es médico, numerario del Opus Dei, tiene 42 años y vivió 14 en República Checa. Ahí obtuvo la especialidad en enfermedades infecciosas y la subespecialidad en VIH (virus de la inmunodeficiencia humana) o SIDA (síndrome de inmunodeficiencia adquirida).

Cuando estaba en Praga estalló la guerra entre Rusia y Ucrania, en febrero de 2022. “Fue muy impresionante ver en la estación de trenes a gente -en su gran mayoría mujeres, niños, gente mayor y enfermos-, que venía en trenes de evacuación con lo puesto, escapando de los bombardeos, de la invasión de sus casas, de su tierra, sin saber lo que iba a suceder”, cuenta Ricardo Massmann.

Cuando empezó el conflicto bélico, Ricardo tenía pacientes rusos y, según relata, en ese momento se generó una fobia a Rusia. Muchas personas de esa nacionalidad perdieron su estatus de estudiantes o su trabajo porque, entre otras cosas, hubo compañías que tuvieron que abandonar Europa. “Me acuerdo que los llamé (a sus pacientes rusos) para decirles que yo los iba a seguir atendiendo, y dando las medicinas, que cualquier cosa me podían llamar. Y eso lo agradecieron muchísimo porque los estaban arrinconando, echando, y no tenían ninguna culpa de lo que estaba sucediendo”, dice.

Ricardo junto a su hermano Nicolás, sacerdote, en Eslovaquia. En total son 6 hermanos.

Hace un año, Ricardo se fue a vivir a Eslovaquia para apoyar la labor del Opus Dei en una residencia universitaria en Bratislava, la capital. Cuando partió no tenía asegurado encontrar un trabajo como médico, ya que ese país es el segundo de Europa con la tasa más baja de población con VIH. Sin embargo, hoy trabaja en un hospital público y atiende principalmente a refugiados ucranianos, cuyo país tiene una de las tasas más altas de VIH en el continente.

“Son personas que llegan a un país donde no hablan su lengua, no tienen nada, deben comenzar de nuevo, y en el caso de las mujeres que llegan con niños, también se topan con dificultades para empezar a trabajar porque no tienen con quien dejarlos. Entonces, la función del médico es sobre todo tratar de ser para ellos alguien con quien puedan conversar, preguntar no solamente de medicina, sino también de trabajo, de seguros, etc”, señala.

Y agrega: “La gente se va muy agradecida cuando uno les dedica tiempo, se interesa por su familia, por cómo están… Solamente el hecho de preguntar genera un espacio de encuentro, de tranquilidad, de paz”.

Los ucranianos saben ruso. Ricardo habla checo y entiende el eslovaco (son similares), pero del ruso o del ucraniano sólo conoce algunas palabras. No obstante, a pesar de que el idioma ha sido una barrera comunicacional, casi siempre logran acortar esa brecha gracias a traductores de internet.

Junto a estudiantes de la residencia universitaria en una excursión

En esa misma línea, para fomentar la paz, en la residencia universitaria que Ricardo tiene a cargo recibieron a un estudiante ucraniano y otro ruso, y sus habitaciones son contiguas. “Tratamos de ser un punto de encuentro donde se puede convivir en paz, aun cuando estos mismos países están enfrentados. Los dos son muy buenos y tienen amigos y familia en ambos países. Es que son un mismo pueblo”, exclama.

Su vocación en torno al VIH: Transmitir esperanza

A Ricardo lo motiva la vocación para dedicarse diariamente al tratamiento del VIH: “Es algo que siempre quise hacer y veo que ser médico es una vocación y una misión maravillosa. Tú no eres solamente médico cuando llegas al hospital. Eres médico en todas las situaciones. Y como cristiano siempre he visto que a través de mi profesión estoy imitando a Jesucristo. Esto me motiva mucho. No solamente ayudar a curar a la gente que se pueda curar, sino que transmitir también una palabra de aliento, de esperanza”.

Con las personas de su casa que fueron a comer con él en Navidad al hospital, porque estaba ese día de turno

Considerando su experiencia profesional, el Dr. Massmann señala: “Siempre he visto que la medicina, y en concreto la enfermedad que trato, es una puerta que abre muchas posibilidades de humanidad. Transmitir ganas de vivir, búsqueda de sentido, alegría de la esperanza. Entonces, me mueve que la gente que se encuentre conmigo siempre salga de la consulta un poco más esperanzada. Y eso es lo que realmente me hace levantarme todos los días temprano para ir al hospital: poder servir a mis pacientes como fuente de esperanza”.

Ricardo cuenta que la población en Eslovaquia está dividida respecto al conflicto bélico entre Rusia y Ucrania por distintos motivos. A pesar de lo anterior, el Estado da refugio a los ucranianos. Y, en estas circunstancias, Ricardo ve que a través de su trabajo puede ser una fuente de oración, consuelo y paz.

“Siempre trato de transmitir un aliento cristiano. Con los pacientes que son ortodoxos tenemos muchas cosas que nos unen, y la oración es una que transmite paz, por ejemplo. Si no eres creyente es difícil encontrar un punto de unión tan profundo como es la oración; yo les puedo ofrecer medicina o apoyo, pero la oración va a lo profundo de los deseos del corazón de cada persona, entonces lo veo como un punto clave en la paz, es un apoyo muy potente. El hecho de interesarse y rezar por ellos transmite paz. Dónde está Dios, hay paz”, asegura.

Junto a Rodrigo, su mentor y amigo en enfermedades infecciosas y VIH

Y a modo de anécdota cuenta: “Que un paciente te pregunte si te puede abrazar cuando le das un consejo, creo que es una cosa muy fuerte. Y eso me ha pasado varias veces. Hay gente que se emociona simplemente por el hecho de que les dedicas tiempo, les das aliento, les has explicado lo que tienen, porque a veces por diversos motivos no lo han logrado comprender. Para mí son manifestaciones de que ahí algo de Dios han encontrado”.

Asimismo, hay pacientes que llevan a sus hijos, parejas, maridos o señoras, para que los conozca. “Desde Praga, me llamaron pacientes para felicitarme en mis primeras Navidades ‘eslovacas’". Dice que no ha sido testigo de historias de conversiones extraordinarias, pero sí de mucho heroísmo diario. “Nada se pierde”, afirma. Y en esos detalles espontáneos de respeto y afecto de sus pacientes reconoce “pequeñas grandes conversiones del corazón de las personas. Veo que ahí Dios actúa, también en mí”, concluye.