Tres favores del beato Álvaro

La solución a un despido injusto, tranquilidad antes de un examen o la llegada inesperada de un mecánico son favores propios de la vida ordinaria, que quienes los han recibido atribuyen al beato Álvaro del Portillo

Un despido injusto

El jefe de mi marido le comunicó que sería remplazado por otra persona en su trabajo. Los motivos parecían carecer de fundamento y él veía con claridad que la decisión no estaba justificada pero, de todos modos, decidió no reaccionar negativamente. Por el contrario, rezó mucho y tenía la convicción de que Dios intercedería por él.

Además, la noticia llegó en un momento inoportuno, ya que tanto su madre como la mía no estaban bien de salud y debíamos hacernos cargo del sostenimiento. Encomendamos este asunto en familia, con nuestros hijos. Muchas noches rezábamos la oración de la estampa de don Álvaro.

Encomendamos este asunto en familia, con nuestros hijos. Muchas noches rezábamos la oración de la estampa de don Álvaro.

Semanas después, ofrecieron a mi marido una entrevista de trabajo. El día de la entrevista recé con insistencia numerosas estampas a don Álvaro, pidiendo que mi marido tuviera éxito en aquel encuentro. Le pedía que interviniera y resolviera este asunto como siempre había hecho con las necesidades económicas de la Obra. Poco después nos enteramos que le habían invitado a una segunda entrevista y, al poco tiempo, consiguió el empleo.

B.N., Kenya

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Ayuda para un examen

En el mes de junio me presenté a un examen que me imponía un poco, pues era bastante materia y temía que los nervios me traicionasen en el último momento. Todos los días, antes de ponerme a estudiar rezaba una estampa y le pedía que me tocara exponer con tranquilidad algún tema que dominase. El día antes del examen, recé una novena pidiéndole por la misma intención. A la hora del examen, el tema que me tocó fue uno de los que había repasado dos días antes y cuya exposición me resultaba cómoda.

O. T. S. M., Italia

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Avería en el coche

Iba de convivencia con un grupo de estudiantes en un coche que me había prestado mi hermano. A unos doscientos kilómetros de nuestro destino, en el panel de los indicadores del coche, comenzó a encenderse una luz referente que indicaba un grave problema en el motor. Además, la dirección asistida tampoco funcionaba a la perfección.

Ante tal situación, nos detuvimos en la primera gasolinera. Me encomendé a don Álvaro para que no fuera nada y pudiéramos proseguir el viaje. Nos aconsejaron llevar el coche a un taller para que lo revisaran con más calma. Fuimos al más cercano, que se encontraba a unos tres kilómetros. Nos atendieron enseguida y con mucha amabilidad. El mecánico, después de ver con detenimiento el motor nos dijo que lo tenía que ver el técnico especialista, pero que hasta esa tarde no llegaría. Habría que esperar unas seis horas. De todas maneras, nos dijo que lo más prudente era llamar a una grúa y llevar el coche a un taller de la ciudad de origen, pues la avería parecía seria.

Esta ciudad estaba a doscientos kilómetros en dirección opuesta a nuestro destino, y nos encontrábamos en un pequeño pueblo, sin autobuses, taxis, ni trenes. Quedarnos sin coche significaba tener que alquilar otro para poder llegar al lugar donde tendríamos la convivencia. El servicio de alquiler de coches más cercano estaba a sesenta kilómetros. Seguí encomendando a don Álvaro y, en aquel momento, de improviso, apareció el técnico especialista. Nos atendió con rapidez y, después de hacer una exhaustiva revisión del coche, nos dijo que podíamos continuar el viaje sin problemas. Durante los diez días de convivencia y el viaje de vuelta el coche no dio ningún problema.

R.G., Finlandia

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