La pasión de Montse Grases por el deporte y por la vida

A Montse le gustaba cantar, nadar, ir en bicicleta, jugar al tenis, al ping-pong... Mª Luisa Xiol, una de sus mejores amigas, recuerda los veranos en Seva, un pequeño pueblo al norte de la Sierra de Montseny: “Nunca estábamos sin hacer nada. Cuando no íbamos de excursión, nos quedábamos en casa y jugábamos a las cartas, o leíamos. La recuerda así: “con una gran pasión por el deporte, y una gran pasión por la vida”.

Montse destacaba por una cualidad propia de los buenos deportistas: sabía ganar y sabía perder, cosa mucho más difícil. Sobre todo cuando sentía que se había cometido una injusticia, como aquella ocasión en que jugando un partido de tenis por parejas, en el que llevaban ventaja a sus adversarios, tuvieron que dejarse ganar ante la intervención airada de una madre sobreprotectora.

En Seva, Montse tenía un grupo de amigos, chicos y chicas de catorce y quince años, alegres, sanos y divertidos. Con ellos salía de excursión y hacía otros deportes. Con sus vidas sanas y alegres demostraban que es perfectamente posible llevar una intensa vida cristiana durante las vacaciones y al mismo tiempo, pasarlo bien sin necesidad de grandes medios materiales.

El 10 de julio de 1955 Montse cumplió quince años. Había comenzado a asistir a la Santa Misa a diario y decidió seguir haciéndolo en vacaciones, y recibir la Sagrada Comunión también los días de excursión, aunque le suponía levantarse antes.

Mosén Garolera, el Párroco de Seva, guardaba un gran afecto por el grupo de Montse; los quería mucho, tanto, que no tenía inconveniente, cuando se iban de excursión, en darse también un madrugón y levantarse al alba para dar la comunión a los que quisieran, antes de salir.

"Solíamos ir todos a Misa por las mañanas -recuerda Enrique, el hermano de Montse-, porque las vacaciones no significaban ninguna ruptura en la vida cristiana que llevábamos durante el curso".

Al finalizar las excursiones por el Montseny, “los hijos de los veraneantes” bajaban a hacer una visita al Santísimo en la iglesia de Santa María de Palautordera.

Aquel verano, el grupo de amigos consideró que ya tenían edad para subir a les Agudes. Pero sus padres no compartían su opinión. Deberían conformarse con el Matagalls. "Cuando seáis mayores -se oía en casa de los Grases, de los Xiol, de los Ferrater- ya os dejaremos ir".

Habría que esperar. Mientras tanto, unos días se bañaban en el Gurri; otros se iban de excursión; lo que no solía fallar era la Misa matutina.

Extracto, adaptado libro de José Miguel Cejas, Montse Grases